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jueves, 14 de junio de 2012

Aladino y la lámpara maravillosa - Nota IX - Las mil y una noches


Nota: Algunas partes no son completamente adecuadas para niños, recuerden que es la versión original del relato que fuera luego popularizado y adaptado para ellos



En la 756a noche

Ella dijo:
"...Y por su parte, no pienses más que en preparar la comida, pues tengo hambre. ¡Y deja para mí el cuidado de complacer al rey!"

Y he aquí que, en cuanto la madre salió para ir al zoco a comprar las provisiones necesarias, Aladino se apresuró a encerrarse en su cuarto. Y cogió la lámpara y la frotó en el sitio que sabía. Y al punto apareció el genni, quien después de inclinarse ante él dijo: "¡Aquí tienes entre tus manos a tu esclavo! ¿Qué quieres? Habla. Soy el servidor de la lámpara en el aire por donde vuelo y en la tierra por donde me arrastro". Y Aladino dijo: "Sabe, Oh efrit, que el sultán consiente en darme a su hija, la maravillosa Badrú'l-Budur, a quien ya conoces pero lo hace a condición de que le envíe lo más pronto posible, cuarenta bandejas de oro macizo, de pura calidad, llenas hasta los bordes de las frutas de pedrerías semejantes a las de la fuente de porcelana, que cogí en los árboles del jardín que hay en el sitio donde encontré la lámpara de que eres servidor. Pero no es eso todo. Para llevar esas bandejas de oro llenas de pedrerías, me pide, además, cuarenta esclavas jóvenes, bellas como lunas, que han de ser conducidas por cuarenta negros jóvenes, hermosos, fuertes, y vestidos con mucha magnificiencia. Eso es lo que a mi vez exijo de ti. Date prisa a complacerme, en virtud del poder que tengo sobre ti como dueño de la lámpara". Y el genni contestó: "Escucho y obedezco".

Y a toda prisa desapareció el genni, pero para volver al cabo de un momento.

Y le acompañaban los ochenta esclavos consabidos, hombres y mujeres, a los que puso en fila en el patio, a lo largo del muro de la casa. Y cada una de las esclavas llevaba a la cabeza una bandeja de oro macizo llena hasta el borde de perlas, diamantes, rubíes, esmeraldas, turquesas y otras mil especies de pedrerías en forma de frutas de todos los colores y de todos los tamaños. Y cada bandeja estaba cubierta con una gasa de seda con florones de oro en el tejido. Y verdaderamente eran las pedrerías mucho más maravillosas que las ofrecidas al sultán en la porcelana. Alineados ya junto al muro de los ochenta esclavos, el genni fue a inclinarse ante Aladino, y con todo respeto le preguntó: "Oh mi señor, ¿tienes todavía que exigir alguna cosa al servidor de la lámpara?"

Y Aladino le dijo: "No, por el momento nada más" Y al punto desapareció el efrit.

En aquel instante entró la madre de Aladino cargada con las provisiones que había comprado ene l zoco. Y se sorprendió mucho al ver su casa invadida por tanta gente; y al punto creyó que el sultán mandaba detener a Aladino para castigarle por la insolencia de su petición. Pero no tardó Aladino en disuadirla de ello: "Oh madre. No pierdas el tiempo en levantarte el velo porque vas a verte obligada a salir sin tardanza para acompañar al palacio a estos esclavos que ves formados en el patio. Como puedes observar, las cuarenta esclavas llevan la dote reclamada por el sultán como precio de su hija. Te ruego, pues, que antes de preparar la comida, me prestes el servicio de acompañar al cortejo para presentárselo al sultán".

Inmediatamente la madre de Aladino hizo salir de la casa por orden a los ochenta esclavos, formándolos en hilera por parejas: una esclava joven precedida de un negro, y así sucesivamente hasta la última pareja. Y cada pareja estaba separada de la anterior por espacio de diez pies. Y cuando traspuso la puerta la última pareja, la madre de Aladino echó a andar detrás del cortejo.

Y Aladino cerró la puerta, seguro del resultado, y fue a su cuarto a esperar, serena y tranquilamente, el regreso de su madre.

En cuanto la primera pareja salió a la calle, comenzaron a aglomerarse los transeúntes; y cuando estuvo completo el cortejo, la calle habíase llenado de una muchedumbre inmensa, que prorrumpía en murmullos y exclamaciones. Y acudió todo el zoco para ver el cortejo y admirar un espectáculo tan magnífico y tan extraordinario. Porque cada pareja era por sí sola una cumplida maravilla; pues su atavío, admirable de gusto y esplendor, su hermosura, compuesta de una belleza blanca de mujer y una belleza negra de negro, su buen aspecto, su continente aventajado, su marcha reposada y cadenciosa, a igual distancia, el resplandor de la bandeja de pedrerías que llevaba a la cabeza cada joven, los destellos lanzados por las joyas en gastadas en los cinturones de oro de los negros, las chispas que brotaban de sus gorros de brocado en que balanceánbanse airones, todo aquello constituía un espectáculo arrebatador a ninguno otro parecido, que hacía que ni por un instante dudase el pueblo de que se trataba de la llegada a palacio de algún asombroso hijo de rey o de sultán.

Y en medio de la estupefacción de todo un pueblo, acabó el cortejo por llegar al palacio. Y no bien los guardias y porteros divisaron a la primera pareja, llegaron a tal estado de maravilla que, poseídos de respeto y admiración, se formaron espontáneamente en dos filas para que pasaran. Y su jefe, al ver al primer negro, convencido de que iba a visitar al rey el sultán de los negros en persona, avanzó hacia él y se prosternó y quiso besarle la mano; pero entonces vio la hilera maravillosa que le seguía. Y al mismo tiempo le dijo el primer negro, sonriendo, porque había recibido del efrit las instrucciones necesarias: "Yo y todos nosotros no somos más que esclavos del que vendrá cuando llegue el momento oportuno". Y tras de hablar así, franqueó la puerta seguido de la joven que llevaba la bandeja de oro y de toda la hilera de parejas armoniosas. Y los ochenta esclavos franquearon el primer patio y fueron a ponerse en fila por orden en el segundo patio, al cual daba el diván de recepción.

En cuanto el sultán, que en aquel momento despachaba los asuntos del reino, vio en el patio aquel cortejo magnífico, que borraba con su esplendor el brillo de todo lo que él poseía en el palacio, hizo desalojar el diván inmediatamente, y dio orden de recibir a los recién llegados. Y entraron estos gravemente de dos en dos, y se alinearon con lentitud, formando una gran media luna ante el trono del sultán. Y cada una de las esclavas jóvenes, ayudada por su compañero negro, depositó en la alfombra la bandeja que llevaba. Luego se prosternaron a la vez los ochenta y besaron la tierra entre las manos del sultán, levantándose en seguida, y todos a una descubrieron con igual diestro ademán, las bandejas de frutas maravillosas. Y con los brazos cruzados sobre el pecho permanecieron de pie, en actitud del más profundo respeto.

Sólo entonces fue cuando la madre de Aladino, que iba la última, se destacó de la media luna que formaban las parejas alternadas, y después de las prosternaciones y las zalemas de rigor, dijo al rey: "oh rey del tiempo, mi hijo Aladino, esclavo tuyo, me envía con la dote que has pedido como precio de Sett Badrú'l-Budur, tu hija, honorable. Y me encarga te diga que te equivocaste al apreciar la valía de la princesa, y que todo esto está muy por debajo de sus méritos. Pero cree que le disculparás por ofrecerte tan poco, y que admitirás este insignificante tributo, en espera de lo que piensa hacer en lo sucesivo"

Así habló la madre de Aladino. Pero el rey, que no estaba en estado de escuchar lo que ella le decía, seguía absorto y con los ojos muy abiertos ante el espectáculo que se ofrecía a su vista. Y miraba alternativamente las cuarenta bandejas, el contenido de las cuarenta bandejas, las esclavas jóvenes que habían llevado las cuarenta bandejas y los jóvenes negros que habían acompañado a las portadoras de las bandejas. Y no sabía que debía admirar más, si aquellas joyas que eran las más extraordinarias que vio nunca en el mundo, o aquellas esclavas jóvenes que eran como lunas, o aquellos esclavos negros que se dirían otros tantos reyes. Y así se estuvo una hora sin poder pronunciar una palabra ni separar sus miradas de las maravillas que tenía ante sí. Y en lugar de dirigirse a la madre de Aladino para manifestarle su opinión acerca de lo que le llevaba, acabó por encararse con su gran visir y decirle: "¡Por mi vida!, ¿qué suponen las riquezas que poseemos y qué supone mi palacio ante tal magnificencia? ¿Y qué debemos pensar del hombre que en menos tiempo del preciso para desearlos, realiza tales esplendores y nos los envía? ¿Y qué son los méritos de mi hija comparados con semejante profusión de hermosura?" Y no obstante el despecho y el rencor que experimentaba por cuanto le había sucedido a su hijo, el visir no pudo menos de decir: "¡Por Alá, ya lo creo que vale tanto como ella, y la supera por mucho en valor!. Por eso no me parece mal negocio concedérsela en matrimonio a un hombre tan rico, tan generoso y tan magnífico como el gran Aladino, nuestro hijo". Y se encaró con los demás visires y emires y notables que le rodeaban y les interrogó con la mirada. Y todos contestaron inclinándose, profundamente, hasta el suelo por tres veces para indicar bien su aprobación a las palabras de su rey.

Entonces no vaciló más el rey...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana y se calló discretamente.

En al 757a noche

Ella dijo:
"... Y todos contestaron inclinándose, profundamente, hasta el suelo por tres veces para indicar bien su aprobación a las palabras del rey.

Entonces no vaciló más el rey. y sin preocuparse ya de saber si Aladino reunía todas las cualidades requeridas para ser esposo de una hija de rey, se encaró con la madre de Aladino, y le dijo: "Oh venerable madre de Aladino, te ruego que vayas a decir a tu hijo que desde este instante ha entrado en mi raza y en mi descendencia, que ya no aguardo más que a verle para besarle como un padre besaría a su hijo, y para unirle a mi hija Badrú'l-Budur por el Libro y la Suna".

Y después de las zalemas, por una y otra parte, la madre de Aladino se apresuró a retirarse para volar en seguida a su casa, desafiando a la rapidez del viento, y poner a su hijo Aladino al corriente de lo que acababa de pasar. Y le apremió para que se diera prisa a presentarse al rey, que tenía la más viva impaciencia por verle. Y Aladino, que con aquella noticia veía satisfechos sus anhelos después de tan larga espera, no quiso dejar ver cuán embriagado de alegría estaba. Y contestó, con aire muy tranquilo y acento mesurado: "Toda esta dicha me viene de Alá y de su bendición, oh madre, y de tu celo infatigable". Y le besó las manos y le dio muchas gracias y le pidió permiso para retirarse a su cuarto a fin de prepararse para ir a ver al sultán.

No bien estuvo solo, Aladino cogió la lámpara maravillosa, que hasta entonces había sido de tanta utilidad para él, y la frotó como de ordinario. Y al instante apareció el efrit quien después de inclinarse ante él, le preguntó con la fórmula habitual, qué servicio podía prestarle. Y Aladino contestó: "Oh efrit de la lámpara, deseo tomar un baño. Y para después del baño quiero que me traigas un traje, que no tenga igual en magnificencia entre los de los sultanes más grandes de la tierra, y tan bueno, que los inteligentes puedan estimarlo en más de mil millares de dinares de oro, por lo menos. Y basta por el momento".

Entonces tras de inclinarse en prueba de obediencia, el efrit de la lámpara dobló completamente el espinazo y dijo a Aladino: "Móntate en mis hombros, oh dueño de la lámpara". Y Aladino se montó en los hombros del efrit dejando colgar sus piernas sobre el pecho del genni; y el efrit se elevó por los aires haciéndole invisible como él lo era, y le transportó a un hammam tan hermoso que no podría encontrársele hermano en casa de los reyes y káiseres. Y el hammam era todo de jade y alabastro transparente, con piscinas de cornalina rosa y coral blanco, y con ornamentos de piedra de esmeralda de una delicadeza encantadora. Y verdaderamente podían deleitarse allí los ojos y los sentidos, porque en aquel recinto nada molestaba a la vista en el conjunto ni en los detalles. Y era deliciosa la frescura que se sentía allí, y el calor estaba graduado y proporcionado. Y no había ni un bañista que turbara con su presencia o con su voz la paz de las bóvedas blancas. Pero en cuanto al genni dejó a Aladino en el estrado de la sala de entrada y apareció ante él un efrit de lo más hermoso, semejante a una muchacha, aunque más seductor, y le ayudó a desnudarse, y le echó por los hombros una toalla grande perfumada, y le cogió con mucha precaución, y le condujo a la más hermosa de las salas, que estaba toda pavimentada de pedrerías de colores diversos. Y al punto fueron a cogerle de sus manos de su compañero otros jóvenes efrits, no menos bellos y no menos seductores, y le sentaron cómodamente en un banco de mármol, y se dedicaron a frotarle y a lavarle con varias clases de aguas de olor; le dieron masaje con un arte admirable, y volvieron a lavarle con agua de rosas almizclada. Y sus sabios cuidados le pusieron la tez tan fresca como un pétalo de rosa blanca y encarnada, a medida de los deseos. Y se sintió ligero hasta el punto de poder volar como los pájaros. Y el joven y hermoso efrit, que habíale conducido, se presentó para volver a cogerle y llevarle al estrado, donde le ofreció, como refresco, un delicioso sorbete de ámbar gris. Y se encontró con el genni de la lámpara, que tenía entre sus manos un traje de suntuosidad incomparable. Y ayudado por el joven efrit de suaves manos, se puso aquella magnificencia, y estaba semejante a cualquier rey entre los grandes reyes, aunque tenía mejor aspecto aún. Y de nuevo le tomó el efrit sobre sus hombros y le llevó, sin sacudidas a la habitación de su casa.

Entonces Aladino se encaró con el efrit de la lámpara, y le dijo: "Y ahora, ¿Sabes lo que tienes que hacer?" El genni contestó: "No, oh dueño de la lámpara, pero ordena y obedeceré en los aires por donde vuelo o en la tierra por donde me arrastro" Y dijo Aladino: "Deseo que me traigas un caballo de pura raza que no tenga hermano en hermosura no en las caballerizas del sultán ni en las de los monarcas más poderosos del mundo. Y es preciso que sus arreos valgan por sí solos mil millares de dinares de oro, por lo menos. Al mismo tiempo, me traerás cuarenta y ocho esclavos jóvenes, bien formados, de talla aventajada, y llenos de gracia, vestidos con mucha limpieza, elegancia y riqueza, para que abran la marcha delante de mi caballo veinticuatro de ellos puestos en hileras de a doce, mientras los otros veinticuatro irán detrás de mí en dos hileras de a doce también. Tampoco has de olvidarte, sobre todo, de buscar para el servicio de mi madre doce jóvenes como lunas, únicas en su especie, vestidas con mucho gusto y magnificencia, y llevando en los brazos cada una un traje de tela y color diferentes, y con el cual pueda vestirse con toda confianza la hija de un rey. Por último, a cada uno de mis cuarenta y ocho esclavos le darás, para que se lo cuelgue del cuello, un saco con cinco mil dinares de oro, a fin de que haga yo de ello el uso que me parezca. Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy..."

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.

En la 759a noche

Ella dijo:
"... Y eso es todo lo que deseo de ti por hoy".

Apenas acabó de hablar Aladino, cuando el genni, después de la respuesta con el oído y la obediencia, apresuróse a desaparecer, pero para volver al cabo de un momento con el caballo, los cuarenta y ocho esclavos jóvenes, las doce jóvenes, los cuarenta y ocho sacos de cinco mil dinares cada uno y los doce trajes de tela y color diferentes. Y todo era absolutamente de la calidad pedida, aunque más hermoso aún. Y Aladino se posesionó de todo y despidió al genni, diciéndole: "Te llamaré cuando tenga necesidad de ti". Y sin pérdida de tiempo, se despidió de su madre, besándola una vez más en las manos, y puso a su servicio a las doce esclavas jóvenes, recomendándoles que no dejaran de hacer todo lo posible para tener contenta a su ama, y que le enseñaran la manera de ponerse los hermosos trajes que habían llevado.

Tras de lo cual Aladino se apresuró a montar a caballo y a salir al patio de la casa. Y aunque subía entonces, por primera vez, a lomos de un caballo, supo sostenerse con una elegancia y una firmeza que le hubieran envidiado los más consumados jinetes. Y se puso en marcha, con arreglo al plan que había imaginado para el cortejo, precedido por veinticuatro esclavos formados en dos hileras de a doce, acompañado por cuatro esclavos que iban a ambos lados llevando los cordones de la gualdrapa del caballo, y seguido por los demás, que cerraban la marcha.

Cuando el cortejo echó a andar por las calles se aglomeró en todas partes, lo mismo en zocos que en ventanas y terrazas, una inmensa muchedumbre, mucho más considerable que la que había acudido a ver el primer cortejo. Y siguiendo las ordenes que les había dado Aladino, los cuarenta y ocho esclavos empezaron a coger oro de sus sacos y a arrojárselo a puñados a derecha y a izquierda al pueblo que se aglomeraba a su paso. Y resonaban por toda la ciudad las aclamaciones, no sólo a causa de la belleza del jinete y de sus esclavos espléndidos. Porque en su caballo Aladino estaba verdaderamente muy arrogante, con su rostro al que la virtud de la lámpara maravillosa hacía aún más encantador, con su aspecto real y el airón de diamantes que se balanceaba sobre su turbante. Y así fue como, en medio de las aclamaciones y la admiración de todo un pueblo, Aladino llegó al palacio, precedido por el rumor de su llegada; y yodo estaba preparado allí para recibirle con todos los honores debidos al esposo de la princesa Badrú'l-Budur.

Y he aquí que el sultán le esperaba, precisamente en la parte alta de la escalera de honor, que empezaba en el segundo patio. Y no bien Aladino echó pie a tierra, ayudado por el propio gran visir, que le tenía el estribo, el sultán descendió en honor suyo dos o tres escalones. Y Aladino subió en dirección a él, y quiso prosternarse entre sus brazos, y le besó como si de su hijo se tratara, maravillado de su arrogancia, de su buen aspecto y de la riqueza de sus atavías. Y en el momento retembló el aire, con las aclamaciones lanzadas por todos los emires, visires y guardias, y con el sonido de trompetas, clarinetes, oboes y tambores. Y pasando el brazo por el hombro de Aladino, el sultán le condujo al salón de recepciones, y le hizo sentarse a su lado en el canapé del trono, y le besó por segunda vez, y le dijo: "Oh hijo mío Aladino, por Alá que siento mucho que mi destino no me haya hecho encontrarte antes de este día, y haberte diferido así tres meses tu matrimonio con mi hija Badrú'l-Budur, esclava tuya" Y le contestó Aladino de una manera tan encantadora que el sultán sintió aumentar el cariño que le tenía, y le dijo: "En verdad, oh Aladino, ¿qué rey no anhelaría que fueras el esposo de su hija?" Y se puso a hablar con él y a interrogarle con mucho afecto, admirándose de la prudencia de sus respuestas, y de la elocuencia y sutileza de sus discursos. Y mandó preparar en la misma sala del trono, un festín magnífico, y comió solo con Aladino, haciéndose servir por el gran visir, a quien se le había alargado con el despecho la nariz hasta el límite del alargamiento, y por los emires y los altos dignatarios.

Cuando terminó la comida, el sultán que no quería prolongar por más tiempo la realización de su promesa, mandó llamar al cadí y a los testigos, y les ordenó que redactaran inmediatamente el contrato de matrimonio de Aladino y su hija Badrú'l-Budur. Y en presencia de los testigos, el cadí se apresuró a ejecutar la orden y a extender el contrato con todas las fórmulas requeridas por el Libro y la Suna. Y cuando el cadí hubo acabado, el sultán besó a Aladino, y le dijo: "Oh hijo mío, ¿penetrarás en la cámara nupcial para que tenga efecto la consumación esta misma noche?" Y contestó Aladino: "Oh rey del tiempo, sin duda penetraría este misma noche para que tuviese efecto la consumación, si no escuchase otra voz que la del gran amor que experimento por mi esposa. Pero deseo que la cosa se haga en un palacio digno de la princesa y que le pertenezca en propiedad. Permíteme, pues, que aplace la plena realización de mi dicha hasta que haga construir el palacio que le destino. Y a este efecto, te ruego que me otorgues la concesión de un vasto terreno, situado frente por frente de tu palacio, a fin de que mi esposa no esté alejada de su padre, y yo mismo esté siempre cerca de ti para servirte. Y por mi parte, me comprometo a hacer construir este palacio en esl plazo más breve posible". Y el sultán contestó: "Ah, hijo mío, no tienes necesidad de pedirme permiso para eso. Aprópiate de todo el terreno que te haga falta enfrente de mi palacio. Pero te ruego que procures que se acabe ese palacio lo más pronto posible, pues quisiera gozar de la prosperidad de mi descendencia antes de morir". Y Aladino sonrió y dijo: "Tranquilice su espíritu el rey respecto a esto. Se construirá el palacio con más diligencia de la que pudiera esperarse". Y se despidió del sultán, que le besó con ternura, y regresó a su casa con el mismo cortejo que le había acompañado, y seguido por las aclamaciones del pueblo y por los votos de dicha y prosperidad.

En cuanto entró en su casa, puso a su madre al corriente de lo que había pasado, y se apresuró a retirarse a su cuarto completamente solo. Y cogió la lámpara maravillosa y la frotó como de ordinario...

En este momento de su narración, Scheherazada vio aparecer la mañana, y calló discretamente.

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