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lunes, 9 de julio de 2012

¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap IX - Philip K. Dick

Viene de "¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? - Cap VIII - Philip K. Dick"


 CAPÍTULO IX


En el inmenso vientre de ballena de piedra y metal que era el interior de la Opera, Rick Deckard veía que se estaba desarrollando un ensayo ruidoso, resonante y no del todo logrado. Inmediatamente reconoció la música: La flauta mágica, de Mozart. Las últimas escenas del primer acto. Los esclavos, es decir el coro, se habían adelantado un compás, estropeando así el ritmo sencillo de las campanas milagrosas.

Un placer. Le encantaba La flauta mágica. Se sentó en una butaca de la platea (nadie parecía reparar en él) y se instaló allí cómodamente. En ese momento, Papageno, con su fantástica pelliza de plumas, se unía a Pamina para cantar un dúo que a Rick le llenaba los ojos de lágrimas cada vez que lo evocaba.
Könnte jeder brave Mann
solche Glöckchen finden,
seine Feinde würden dann
ohne Mühe schwinden.
En la vida real, pensaba Rick, no hay campanillas mágicas como ésas para hacer que el enemigo desapareciera sin el menor esfuerzo. Era una lástima.

Mozart había muerto poco después de terminar La flauta mágica, a causa de una enfermedad renal. Y había sido enterrado en la fosa común, sin identificación.

Al recordarlo, se preguntó si Mozart habría tenido la intuición de que el futuro no existía, de que ya había utilizado todo su breve tiempo. Quizá también yo lo haya hecho, pensó Rick mientras contemplaba el ensayo. Este ensayo terminará, la representación también, los cantantes morirán y finalmente la última partitura de la música será destruida de un modo u otro, el nombre de Mozart se desvanecerá y el polvo habrá vencido, si no en este planeta en otro cualquiera. Sólo podemos escapar por un rato. Y los andrillos pueden escapar de mí, y sobrevivir un rato más. Pero los alcanzaré, o lo hará algún otro cazador de bonificaciones. En cierto modo, observó, yo soy una parte del proceso de destrucción entrópica de las formas. La Rosen Association crea y yo destruyo. O al menos, eso debe parecerle a los androides.

En el escenario, Papageno y Pamina dialogaban: interrumpió sus reflexiones para escuchar.
Papageno: Hija mía, ¿qué debemos decir ahora?
Pamina: La verdad. Eso es lo que diremos.
Rick se inclinó hacia adelante y estudió a Pamina. Un pesado manto la envolvía, y el velo que caía de su tocado cubría su cara y sus hombros. Volvió a examinar el informe y se echó atrás, satisfecho. Este es el tercer androide Nexus-6 que veo, pensó: Luba Luft. El sentimiento que exige su rol parece levemente irónico. Un androide fugitivo puede parecer una mujer vital, activa y hermosa; pero difícilmente puede decir la verdad acerca de sí mismo. 

Luba Luft cantaba, y a Rick le asombró la calidad de su voz. Estaba a la altura de las mejores de su colección de antiguos registros. No se podía negar que la Rosen Association la había construido maravillosamente. Y una vez más se vio a sí mismo sub especie aeternitatis como un destructor de formas obligado a actuar por lo que allí oía y veía. Tal vez soy tanto más necesario cuanto mejor cantante sea, se dijo, cuanto mejor funcione. Si los androides se hubiesen mantenido en el nivel discreto del antiguo Q-40, de Derain Associates, por ejemplo, entonces no habría ningún problema ni sería necesaria mi habilidad. Me pregunto cuándo atacaré. Lo antes posible, supongo. Al final del ensayo, cuando ella vuelva a su camarín. 

El ensayo quedó interrumpido al final del primer acto. El director dijo en inglés, francés y alemán que continuarían una hora y media más tarde, y se marchó. Los músicos abandonaron sus instrumentos y también salieron. Rick se puso de pie y se dirigió a los camarines por detrás del escenario, siguiendo a los últimos miembros del elenco, y tomándose tiempo para reflexionar. Lo mejor es resolverlo de inmediato, se dijo. Me demoraré lo menos posible en hablar con ella y aplicarle el test. Apenas esté seguro... Pero, técnicamente, no podía estar seguro mientras no hiciera el test. Dave podía haberse equivocado. Ojalá. Pero lo dudaba. Su sentido profesional le decía que estaba en lo cierto. Y en los años que llevaba en el departamento jamás había cometido un error...
Detuvo a un comparsa y le preguntó por el camarín de la señorita Luft. El hombre, maquillado y vestido como un lancero egipcio, se lo indicó. Rick llegó a la puerta señalada y vio una tarjeta escrita con tinta que ponía MISS LUFT. PRÍVATE. Golpeó.

—Adelante.
Entró. La muchacha estaba sentada ante su tocador, con una usada partitura abierta sobre las rodillas haciendo señales aquí y allá con un bolígrafo. Todavía conservaba su maquillaje y su ropa, excepto su toca, colocada en una percha. 

—¿Sí? —dijo ella, alzando la vista. La pintura facial agrandaba sus ojos; castaños, enormes, se clavaron en él sin vacilar—Estoy trabajando, como usted puede ver —su inglés no tenía el menor acento extranjero.
—Usted es superior a la Schwartkopf —dijo Rick.
—Y usted, ¿quién es? —su tono expresaba una fría reserva, y también ese otro frío que había encontrado en tantos androides. Siempre lo mismo. Un intelecto maravilloso, la capacidad de hacer muchas cosas, pero también esa frialdad. Lo lamentaba. Y sin embargo, sin ella no le habría sido posible rastrearlos.
—Pertenezco al departamento de policía de San Francisco —respondió.
—¿Sí? ¿Y qué desea aquí? —los intensos ojos no parpadearon en la respuesta.

La voz, curiosamente, parecía cortés. Rick se sentó en una silla y abrió su cartera.
—He venido a hacerle un test de perfil de personalidad. No llevará más de unos minutos.
—¿Es necesario? —señaló su partitura—Tengo mucho que hacer — comenzaba a mostrarse aprensiva.
—Es necesario —Rick extrajo los instrumentos de Voigt-Kampff y empezó a prepararlos.
—¿Un test de CI?
—No. De empatía.
—Tengo que ponerme las gafas —se movió para abrir una gaveta de su tocador.
—Si puede anotar su partitura sin las gafas también puede hacer sin ellas el test. Le mostraré algunas figura y le haré unas preguntas. Mientras tanto... —se puso de pie, se acercó a ella e inclinándose, ajustó el disco adhesivo de malla metálica sensible a su mejilla—Y esta luz —agregó, ajustando el ángulo del haz de luz—, y ya está.
—¿Cree que soy una androide? ¿Es por eso? —su voz parecía desvanecida— No lo soy. Jamás he estado en Marte, jamás he visto siquiera un androide —sus pestañas alargadas temblaron involuntariamente; él advirtió que trataba de mostrarse tranquila—¿Ha recibido usted la información de que hay un androide en el elenco? Me gustaría ayudarle. Si fuera una androide no querría hacerlo.
—A un androide no le importa lo que le ocurra a otro androide —respondió él—Esa es una de las señales que buscamos.
—Entonces —dijo la Luft—, usted debe ser un androide. 
Eso lo detuvo. La miró.

—Puesto que su trabajo consiste en matarlos, ¿no es verdad? Es usted lo que llaman... —trató de recordar.
—Un cazador de bonificaciones. Pero no un androide.
—Y el test que quiere aplicarme —dijo, recuperando la voz—, ¿se lo han hecho a usted?
—Sí. Hace mucho, mucho tiempo. Cuando empecé a trabajar en el departamento.
—Podría ser una falsa memoria. ¿No se implantan, a veces, falsas memorias en los androides?
—Mis superiores conocen mi test —dijo Rick—Es obligatorio.
—Pero quizás había una persona que se le parecía, y de algún modo usted lo mató y ocupó su lugar. Y sus jefes no tendrían por qué saberlo —sonrió, como invitándolo a estar de acuerdo.
—Continuemos con el test —dijo él, sacando los folios de preguntas.
—Haré el test —dijo Luba Luft—, si antes lo hace usted. Nuevamente la miró.

Se detuvo en seco.
—¿No sería eso más justo? —preguntó ella—Así también yo estaría segura de usted. No sé. Me parece un hombre tan duro y extraño... —se estremeció y volvió a sonreír, con esperanza.
—No podría usted hacerme el test de Voigt-Kampff; exige una experiencia considerable. Ahora escuche atentamente. Las preguntas se refieren a situaciones sociales en que usted podría verse; deseo que me conteste usted qué haría en ese caso. Y que la respuesta sea lo más rápida posible. Uno de los factores que tenemos en cuenta es la demora, cuando la hay —eligió la pregunta inicial—Está usted
mirando la TV y repentinamente descubre que una avispa trepa por su brazo — miró el reloj para contar los segundos, y también los medidores gemelos.
—¿Qué es una avispa? —preguntó Luba Luft.
—Un bicho volador que pica.
— ¡Qué extraño! —sus ojos inmensos se llenaron de reconocimiento infantil, como si le hubieran revelado el misterio cardinal de la creación—¿Todavía existen? Jamás he visto una.
—Murieron a causa del polvo. ¿No sabe, realmente, qué es una avispa? Sin embargo, usted nació cuando todavía había avispas; sólo desaparecieron en...
—Dígame cómo se llaman en alemán.

Trató en vano de recordar la palabra, y dijo irritado:
—Su inglés es perfecto.
—Mi acento es perfecto —corrigió ella—Es necesario; de otro modo no podría cantar Purcell, Walton o Vaughan Williams. Pero mi vocabulario no es muy extenso —miró a Rick con modestia.
—Wespe —recordó él, de repente.
—Ach, sí, eine Wespe —se rió—Pero, ¿cuál era la pregunta?
—Probaremos con otra —era imposible obtener una respuesta significativa-. Usted ve una vieja película, anterior a la guerra, en la TV. El entrante -omitió la primera parte- consiste en perro cocido, relleno de arroz.
—Nadie mataría ni comería un perro -dijo Luba Luft—Valen una fortuna. Pero sería un perro de imitación, un ersatz, ¿verdad? Aunque entonces estaría hecho de cables y motores y no se podría comer.
—Antes de la guerra —subrayó él.
—Pero yo no había nacido.
—Ha visto viejas películas en TV.
—¿Esa estaba filmada en las Filipinas?
—¿Por qué?
—La gente comía perro cocido relleno de arroz en las Filipinas. Recuerdo haberlo leído.
—Pero su respuesta —insistió Rick—Quiero su reacción social, emocional, moral...
—¿A la película? —Luba reflexionó—Cambiaría de programa y vería el del Amigo Buster.
—¿Porqué?
—¿A quién puede interesarle una vieja película filmada en las Filipinas? — dijo ella vivamente— Sólo una cosa recuerdo que haya ocurrido allá: la Marcha de Bataán. ¿Vería usted eso? —lo miró irritada; las agujas giraban en todas direcciones.

Después de una pausa, él dijo cuidadosamente:
—Ha alquilado una casita en la montaña.
—Ja. Continúe. Estoy esperando.
—La zona es todavía exuberante.
—¿Cómo? —ahuecó la mano en torno del oído—Perdón, no conozco el término.
—Todavía crecen árboles y arbustos. La casita es de nudosos troncos de pino y hay un gran hogar. Alguien ha colgado viejos mapas en las paredes, grabados por Currier e Ives. Encima del hogar hay una cabeza de ciervo con grandes astas. La gente que la acompaña admira el ambiente y...
—No comprendo “Currier”, “Ives” ni “ambiente” —respondió Luba Luft, que parecía esforzarse por localizar las palabras—Un momento —alzó la mano, con gravedad— Con arroz, como el perro... Currier es lo que hace, del arroz, arroz con currier... Pero se dice curry en alemán.

Rick no podía determinar si la niebla semántica de Luba Luft era deliberada. Después de consultarlo consigo mismo decidió intentar un nuevo punto del cuestionario. ¿Qué otra cosa podía hacer?

—Ha salido con un hombre que la invita a visitar su casa. Una vez allí...
—Oh, nein —estalló Luba—Jamás iría. Eso es fácil de responder.
— ¡Pero no es ésa la pregunta!
—¿Se ha equivocado de pregunta? ¡Si ésa yo la comprendía...! ¿Por qué cuando yo comprendo una pregunta dice usted que ésa no es? ¿Acaso se trata de que yo no comprenda? —agitada, nerviosa, se frotó la mejilla y arrancó el disco adhesivo, que cayó al suelo, rodó y se metió debajo del tocador—Ach Gott — murmuró, inclinándose para recogerlo.
Se oyó un ruido de tela rasgada, su elaborado traje...

—Yo lo buscaré —dijo Rick. La ayudó a incorporarse, y se arrodilló. Hurgaba a ciegas debajo del mueble, y por fin sus dedos encontraron el disco. 

Cuando se puso de pie, estaba frente a un tubo láser.
—Sus preguntas estaban empezando a referirse al sexo —dijo Luba Luft en voz frágil y formal—Ya lo veía venir. Usted no es un policía; es un maniático sexual.
—Puede mirar mi carnet —llevó la mano al bolsillo de la chaqueta; era una mano temblorosa, como cuando había enfrentado a Polokov.
—Si toca el bolsillo lo mataré —dijo Luba Luft.
—Lo hará de todos modos —se preguntó qué habría ocurrido si hubiera esperado a que Rachael Rosen se reuniera con él. Pero de nada valía pensar en eso ahora.
—Quiero ver el resto del cuestionario —ella tendió la mano y él, de mala gana, le alcanzó los folios—“Encuentra en una revista la foto a página entera y a todo color de una chica desnuda”. Está bien claro. “Ha quedado usted embarazada de un hombre que le ha prometido casamiento. El hombre se marcha con otra mujer, su mejor amiga. Usted aborta.” La intención de su cuestionario es obvia. Voy a llamar a la policía. 
Sin dejar de apuntarle con el tubo láser, atravesó la habitación, cogió el videófono y pidió a la operadora:
—Llame al departamento de policía de San Francisco. Necesito que venga un agente.
—Ha tenido usted una excelente idea —dijo Rick, con alivio. Sin embargo, le parecía extraño que Luba hubiera adoptado esa decisión. ¿Por qué no lo mataba directamente? Una vez que el policía de la patrulla estuviese allí, ella no tendría ninguna posibilidad y él triunfaría. 

Debe creer que es humana, se dijo. Obviamente no sabía.
Unos minutos más tarde —Luba lo mantuvo cuidadosamente encañonado con el tubo láser— llegó un agente de policía. Era de gran corpulencia, y llevaba el arcaico uniforme azul con la estrella y la pistola.

—Muy bien —dijo al llegar—Aparte eso —Luba depositó el tubo láser, que el policía examinó para ver si tenía carga—¿Qué ha ocurrido aquí? —le preguntó a ella, y antes de que pudiera contestarle se volvió hacia Rick y le preguntó—: ¿Quién es usted?

Luba Luft respondió:
—Entró en mi camarín; no lo había visto en mi vida. Dijo que venía a hacer una encuesta y que deseaba hacerme unas preguntas. Pensé que era normal y le dije que sí. Y entonces empezó a hacerme preguntas obscenas.
—Documentos —dijo el agente, con la mano extendida. Mientras extraía su carnet, Rick dijo:
—Soy cazador de bonificaciones del departamento.
—Conozco a todos los cazadores de bonificaciones —dijo el policía mientras examinaba los papeles de Rick—¿Del departamento de San Francisco?
—Mi jefe es el inspector Bryant —respondió Rick—He tomado a mi cargo la misión de Dave Holden, ahora que Dave está en el hospital.
—Como le he dicho, conozco a todos los cazadores de bonificaciones —dijo el hombre—Y jamás he oído hablar de usted —le devolvió el carnet.
—Llame al inspector Bryant —pidió Rick.
—No hay ningún inspector Bryant —repuso el agente. Rick comprendió bruscamente qué ocurría.
—Usted es un androide —le dijo al agente—Igual que la señorita Luft —se dirigió al videófono y cogió el receptor—Voy a llamar al departamento —se preguntaba hasta dónde llegaría antes de que los dos androides lo detuvieran.
—El número es... —dijo el policía.
—Lo conozco —replicó Rick mientras llamaba. Cuando apareció la telefonista, pidió—: Con el inspector Bryant.
—¿Quién habla, por favor?
—Rick Deckard —se quedó esperando mientras el policía le tomaba declaración a Luba Luft. 
Ninguno de ambos le prestaba atención. Después de una pausa apareció en la pantalla la cara de Harry Bryant. 

—¿Qué ocurre? —preguntó.
—Hay algunas complicaciones —repuso Rick—Uno de los que estaba en la lista de Dave logró llamar para que viniera un supuesto patrullero. No puedo probarle quién soy; dice que conoce a todos los cazadores de bonificaciones del departamento, pero que jamás ha oído hablar de mí. Y tampoco de usted.
—¿No puedo hablar con él? —dijo Bryant.
—El inspector Bryant desea hablar con usted —Rick extendió el receptor del videófono al hombre, que se acercó después de interrumpir su interrogatorio a Luba Luft.
—Agente Crams —dijo el hombre, hubo una pausa—¿Hola? —escuchó, dijo “hola” varias veces, aguardó y luego se volvió hacia Rick—No hay nadie en la línea. Y tampoco en la pantalla —señaló.

Rick comprobó que era cierto, y cogiendo el receptor de sus manos, dijo:
—¿Señor Bryant? —escuchó y esperó, pero sin resultados—Volveré a llamar —colgó y luego marcó el número familiar. La campanilla sonaba, pero nadie atendía. Sonó largamente.
—Permítame hacer la prueba —dijo el agente Crams—Debe haber marcado mal. El número es 842...
—Conozco el número —interrumpió Rick.
—Agente Crams —dijo el policía—¿Hay en el departamento un inspector Bryant? —una breve pausa—¿Y un cazador de bonificaciones llamado Rick Deckard? —otra pausa—¿No hay ninguna duda? ¿No podría ser que hubiera ingresado hace poco? Ah, está bien. Perfecto. Gracias. No, está bajo mi control —el policía colgó y miró a Rick.
—El inspector estaba en la línea —dijo Rick—Yo hablé con él, y pidió hablar con usted. Debe de haber un desperfecto en el videófono. Por algún motivo se habrá cortado la conexión. ¿No vio usted a...? 
La cara de Bryant apareció en la pantalla y luego desapareció —se sentía confundido.

—Aquí tengo la declaración de la señorita Luft, Deckard. Acompáñeme a la corte de justicia.
—Está bien —respondió Rick. Y agregó, dirigiéndose a Luba Luft—: Volveré dentro de un rato. Aún no he terminado con el test.
—Es un obseso —le dijo Luba Luft al agente Crams—Me da miedo.
—¿Qué ópera está ensayando? —preguntó Crams.
—La flauta mágica —contestó Rick.
—Se lo he preguntado a ella, no a usted —el policía lo miró con disgusto.
—Estoy ansioso por llegar a la corte de justicia —dijo Rick—, y porque este asunto se resuelva de una vez —se dirigió hacia la puerta del camarín con su cartera.
—Antes lo voy a examinar —Crams procedió a hacerlo, diestramente, y se apoderó del revólver y del tubo láser de Rick. Olió el caño del arma reglamentaria y afirmó—: Ha sido disparado hace poco.
—Acabo de retirar un andrillo —reconoció Rick—Los restos se encuentran todavía en mi coche, en el terrado.
—Muy bien. Iremos a ver.

Mientras los dos hombres salían del camarín, la Luft los siguió hasta la puerta.

—No volverá, ¿verdad, agente? Tengo verdaderamente miedo de él. Es una persona muy extraña.
—Si tiene en su coche el cadáver de un ser humano, no volverá —respondió Crams. Empujó con el codo a Rick y ambos se dirigieron al ascensor.

Subieron al terrado de la Opera. El agente Crams abrió la puerta del coche de Rick e inspeccionó silenciosamente el cuerpo de Polokov.

—Un androide —explicó Rick—Me enviaron a abatirlo. Estuvo a punto de matarme. Pretendía ser...
—Ya le tomarán declaración en la corte de justicia —interrumpió Crams, y condujo a Rick a su propio coche policial. Desde allí llamó para pedir que vinieran a recoger el cuerpo de Polokov-. Pues bien, Deckard —dijo, poniendo en marcha el coche—Vamos.
El patrullero aéreo se elevó del terrado y se dirigió al sur. Rick advirtió que algo no marchaba como debía. Crams no llevaba la dirección correcta.

—La corte de justicia está hacia el norte —dijo—, en la calle Lombard.
—Esa era la vieja corte de justicia —repuso Crams—La nueva está en la calle Mission. Ese antiguo edificio se está desintegrando; nadie lo usa desde hace años. ¿Tanto tiempo ha pasado desde la última vez que estuvo en la cárcel?
—Lléveme allá —insistió Rick—, a la calle Lombard —ahora lo comprendía todo; esto era obra de los androides, que trabajaban conjuntamente. No sobreviviría a este viaje. Era el fin. A Dave casi le había ocurrido, y probablemente terminaría por morir así.
—Esa chica no está mal —comentó Crams—Por supuesto, con esa ropa no se puede apreciar su figura. Pero yo diría que está muy bien.
—¿Por qué no reconoce que es usted un androide? —preguntó Rick.
—No veo por qué. Yo no soy un androide. ¿Así que usted anda por ahí, matando gente, convencido de que son androides? Ya veo por qué estaba asustada la señorita Luft. Ha sido un acierto que nos llamara.
—Entonces lléveme a la calle Lombard.
—Como le he dicho...
—Nos llevará tres minutos —continuó Rick—Quiero ver la corte. Voy a trabajar allá todas las mañanas. Me gustaría ver si está abandonada hace años, como usted dice.
—Quizá sea usted un androide —contestó Crams—, con una falsa memoria, como los hacen ahora. ¿Nunca se le ha ocurrido? —sonrió fríamente mientras continuaba rumbo al sur.

Consciente de su derrota y su fracaso, Rick se echó atrás en el asiento, y esperó los acontecimientos. Cualquiera que fuese el plan de los androides, estaba físicamente en poder de ellos.
Pero he logrado matar a uno, se dijo. A Polokov.
Y Dave mató a dos...
Sobre la calle Mission, el coche aéreo policial se preparó para el descenso.


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