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sábado, 15 de septiembre de 2012

Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XVII y XVIII - Roald Dahl

Viene de "Charlie y la fábrica de chocolate - Cap. XV y XVI - Roald Dahl"

 XVI

Augustus Gloop se va por un tubo


Cuando el señor Wonka se volvió y vio lo que estaba haciendo Augustus, gritó:

—¡Oh, no! ¡Por favor, Augustus, por favor! ¡Te ruego que no hagas eso! ¡Mi chocolate no debe ser tocado por manos humanas!
—¡Augustus! —llamó la señora Gloop—. ¿No has oído lo que te ha dicho el señor? ¡Aléjate ahora mismo de ese río!
—¡Esto es estupendo! —dijo Augustus, sin hacer el menor caso de su madre ni del señor Wonka— . ¡Vaya! ¡Necesito un cubo para beberlo!
—Augustus —gritó el señor Wonka, dando pequeños saltos y agitando su bastón—, debes alejarte de ahí. ¡Estás ensuciando mi chocolate!
—¡Augustus! —gritó la señora Gloop.
—¡Augustus! —gritó el señor Gloop. 

Pero Augustus era sordo a todo menos a la llamada de su estómago. Ahora estaba tumbado en el suelo con su cabeza sobre el río, lamiendo el chocolate como si fuese un perro.

—¡Augustus! —gritó la señora Gloop—. ¡Contagiarás ese resfriado que tienes a un millón de personas en todo el país!
—¡Ten cuidado, Augustus! —gritó el señor Gloop—. ¡Te estás inclinando demasiado!

El señor Gloop tenía razón. De pronto se oyó un grito, y luego el ruido de una salpicadura, y al río cayó Augustus Gloop, y en menos de un segundo había desaparecido bajo la oscura superficie.
—¡Salvadlo! —gritó la señora Gloop, poniéndose pálida y agitando su paraguas—. ¡Se ahogará! ¡No sabe nadar! ¡Salvadlo! ¡Salvadlo! 
—¡En nombre del cielo, mujer! —dijo el señor Gloop—. ¡Yo no me meto allí! ¡Llevo puesto mi mejor traje!
La cara de Augustus Gloop volvió a salir a la superficie, marrón de chocolate.

—¡Socorro! ¡Socorro! ¡Socorro! —gritó—. ¡Sacadme de aquí!
—¡No te quedes ahí parado! —le gritó la señora Gloop al señor Gloop—. ¡Haz algo!
—¡Estoy haciendo algo! —dijo el señor Glopp, que ahora se estaba quitando la chaqueta y preparándose para zambullirse en el chocolate.

Pero mientras hacía esto, el desgraciado muchacho iba siendo succionado y estaba cada vez más cerca de la boca de uno de los tubos que colgaban sobre el río. Entonces, de repente, la intensa succión se apoderó completamente de él, y el niño fue empujado debajo de la superficie y luego dentro de la boca del tubo. 

El grupo esperó sin aliento en la orilla del río para ver por dónde iba a salir.

—¡Allá va! —gritó alguien, señalando hacia arriba.

Y efectivamente, como el tubo era de cristal se vio claramente cómo Augustus Gloop salía disparado hacia arriba dentro del tubo como un torpedo.

—¡Socorro! ¡Asesinato! ¡Policía! —chilló la señora Glooop—. ¡Augustus, vuelve aquí inmediatamente! ¿Dónde vas?
—No me explico —dijo el señor Gloop— cómo ese tubo es lo suficientemente ancho para permitirle el paso.
—¡No es lo suficientemente ancho! —dijo Charlie Bucket—. ¡Dios mío! ¡Mirad! ¡Se está frenando!
—¡Es verdad! —dijo el abuelo Joe.
—¡Se quedará atascado! —dijo Charlie.
—¡Creo que sí! —dijo el abuelo Joe.
—¡Caramba, se ha quedado atascado! —dijo Charlie. 
—¡Es por culpa de su estómago! —dijo el señor Gloop.
—¡Ha atascado el tubo entero! —dijo el abuelo Joe.
—¡Al diablo con el tubo! —gritó la señora Gloop, que seguía agitando su paraguas—. ¡Augustus, sal de ahí inmediatamente! 

Los que miraban desde abajo podían ver cómo el chocolate burbujeaba en el tubo alrededor del niño, y también cómo se agolpaba detrás de él en una sólida masa, presionando contra el taponamiento. La presión era terrible. Algo tenía que ceder. Algo cedió, y ese algo fue Augustus.

¡WHOOOF! Una vez más salió disparado hacia arriba como una bala en el cañón.

—¡Ha desaparecido! —gritó la señora Gloop—. ¿A dónde va ese tubo? ¡De prisa! ¡Llamad a los bomberos! 



—¡Mantenga la calma! —gritó el señor Wonka—. Mantenga la calma, mi querida señora, mantenga la calma. ¡No hay peligro! ¡No hay peligro ninguno! Augustus va a hacer un pequeño viaje, eso es todo. Un viaje de lo más interesante. Pero saldrá de él en perfectas condiciones, ya lo verá.
—¿Como es posible que salga en perfectas condiciones? —exclamó la señora Gloop—. Le convertirán en bombones en cinco segundos.
—¡Imposible! —gritó el señor Wonka—. ¡Imposible! ¡Inconcebible! ¡Absurdo! ¡No pueden convertirle en bombones!
—¿Y por qué no, si se puede saber? —gritó la  señora Gloop.
—¡Porque ese tubo no va a la sección de los bombones! —respondió el señor Wonka—. ¡Ni siquiera pasa por allí! Ese tubo, el tubo por el que Augustus ha salido despedido, conduce directamente a una sección donde se fabrica una deliciosa crema de fresas recubierta de chocolate...
—¡Entonces lo convertirán en crema de fresas recubierta de chocolate! —chilló la señora Gloop—. ¡Mi pobre Augustus! ¡Mañana por la mañana le venderán por kilos por todo el país!
—Tienes razón —dijo el señor Gloop.
—¡Sé que tengo razón —dijo la señora Gloop.
—No es como para hacer bromas —dijo el señor
Gloop.
—¡El señor Wonka no parece compartir tu opinión! —gritó la señora Gloop—. ¡Mírale! ¡Se está riendo a carcajadas! ¡.Cómo se atreve a reírse de ese modo cuando mi hijo acaba de ser aspirado por un tubo? ¡Es usted un monstruo! — chilló, amenazando al señor Wonka con su paraguas como si fuese a ensartarle en él. A usted le parece una broma ¿verdad? A usted le parece que succionar a mi hijo y llevárselo a su sección de crema de fresas recubierta de chocolate es una magnífica broma.
—No le ocurrirá nada —dijo el señor Wonka, riendo ligeramente.
—¡Le convertirán en crema de fresas! —chilló la señora Gloop.
—¡Nunca! —gritó el señor Wonka.
—¡Claro que sí! —chilló la señora Gloop.
—¡Yo no lo permitiría! —gritó el señor Wonka.
—¿Y por qué no? —chilló la señora Gloop.
—¡Porque el sabor sería horrible! —dijo el señor Wonka—. ¡Imagínese! ¡Crema de Augustus recubierta de Gloop! Nadie la compraría.
—¡Claro que la comprarían! —gritó indignado el señor Gloop.
—¡No quiero ni pensarlo! —gritó la señora Gloop.
—Ni yo —dijo el señor Wonka—. Y le prometo, señora, que su hijo está perfectamente a salvo.
—Si está perfectamente a salvo, ¿dónde está entonces? —exclamó la señora Gloop—. ¡Lléveme con él inmediatamente! 

El señor Wonka se volvió y chasqueó los dedos, click, click, click, tres veces. Al instante apareció un Oompa-Loompa como de la nada y su puso a su lado.  El Oompa-Loompa hizo una reverencia y sonrió enseñando hermosos dientes blancos. Su piel era casi negra, y la parte superior de su lanuda cabeza llegaba a la altura de la rodilla del señor Wonka. Levaba la acostumbrada piel de ciervo echada sobre uno de sus hombros.
—¡Escúchame bien! —dijo el señor Wonka, mirando al diminuto hombrecillo—. Quiero que lleves al señor y a la señora Gloop a la sección de crema de fresas y les ayudes a encontrar a su hijo Augustus. Acaba de irse por uno de los tubos.

El Oompa-Loompa dirigió una mirada a la señora Gloop y luego estalló en sonoras carcajadas.

—¡Oh, cállate! —dijo el señor Wonka—. ¡Contrólate un poco! ¡A la señora Gloop no le parece nada gracioso!
—¡Ya lo creo que no!—dijo la señora Gloop.
—Ve directamente a la sección de fresas —le dijo el señor Wonka al Oompa-Loompa—, y cuando llegues allí coge un largo palo y empieza a revolver el barril donde se mezcla el chocolate. Estoy casi seguro de que le encontrarás allí. ¡Pero será mejor que te des prisa! Si lo dejas demasiado tiempo dentro del barril donde se mezcla el chocolate puede que lo viertan dentro del barril donde se cuece la crema de fresas, y eso sí que sería un desastre, ¿verdad? ¡Mi crema de fresas quedaría arruinada!

La señora Gloop dejó escapar un grito de furia. 

—Estoy bromeando— dijo el señor Wonka, riendo silenciosamente detrás de su barba—. No quise decir eso. Perdóneme. Lo siento. ¡Adiós, señora Gloop! ¡Adiós señor Gloop! ¡Adiós! ¡Adiós! ¡Les veré más tarde...! 

Cuando el señor y la señora Gloop y su diminuto acompañante se alejaron corriendo, los cinco Oompa-Loompas que estaban al otro lado del río empezaron de pronto a saltar y a bailar y a golpear desenfrenadamente unos pequeñísimos tambores.

—¡Augustus Gloop! —cantaban—. ¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop!
—¡Abuelo —exclamó Charlie—. ¡Escúchalos, abuelo! ¿Qué están haciendo?
—¡Ssshhh! —susurró el abuelo Joe—. ¡Creo que nos van a cantar una canción!
—¡Augustus Gloop!—cantaban los OompaLoompas—.
¡Augustus Gloop! ¡Augustus Gloop!
¡No puedes ser tan comilón!
¡No lo debemos permitir!
¡Esto ya no puede seguir!
¡Tu gula es digna de pavor,
Tu glotonería es tal que inspira horror!
Por mucho que este cerdo viva
Jamás será capaz de dar
Siquiera un poco de alegría
O a sus placeres renunciar
Y por lo tanto lo que haremos
En caso tal es lo siguiente:
La suavidad utilizaremos
Un medio sutil y convincente.
Apresaremos al culpable
Y con un mágico ademán
Haremos de él algo agradable
Que a todo el mundo encantará
Como un juguete, por ejemplo,
Una pelota, un balancín,
Una muñeca o una comba,
Un trompo o un monopatín.
Aunque este niño repugnante
Era tan malo, era tan vil,
Tan comilón y horripilante,
Tan caprichoso e infantil
Que no perdimos un instante 
En decidir cuál de sus mil
Vicios era el más importante.
La gula, sí, era el principal,
Por ser pecado capital.
Ya tal vicio, tal castigo.
En eso convendréis, amigos.
¡Ya está! —decidimos—. Ha llegado el día
De dar a este niño su justo escarmiento.
Le haremos pasar por la tubería
Sin dudarlo siquiera un momento.
Y pronto verá, despavorido,
Que en la sala adonde ha ido
A parar, cosas extrañas
Se suceden. Ni sus mañas
Le ayudarán, llegado allí.
¡Oh, Augustus, pobre de ti!
Mas no hay por qué estar alarmados.
Augustus no será dañado.
Aunque sí hemos de admitir
Que será modificado.
Cambiará de lo que ha sido
Una vez que haya pasado
Por el chocolate hervido.
En el barril, poco a poco,
Las ruedas echan a andar.
Cien cuchillos, como locos
Empiezan a triturar
Lo que hay dentro del brebaje
Mientras gira el engranaje
Que la mezcla ha de licuar.
Añadimos el azúcar
Y los demás ingredientes,
Y con el último hervor
(El chocolate está ardiente)
Ya podemos, sin temor,
Sacar a Augustus del fuego
Para asegurarnos luego
De que ha cambiado, ¡sí, señora
¡Ha cambiado! ¡Es un milagro!
Este niño, que entró grueso
En el barril, sale magro.
Este niño feo y obeso
Este, a quien nadie quería,
Cambió de la noche al día
Gracias a nuestros desvelos.
Todos le quieren, ¿pues quién podría
Odiar a un riquísimo caramelo?

—¡Ya os dije que les gustaba mucho cantar! — exclamó el señor Wonka—. ¿No son deliciosos? ¿No son encantadores? Pero no debéis creer una sola palabras de lo que han dicho. ¡Son todo pamplinas!
—¿Están realmente bromeando los Oompa-Loompas, abuelo?—preguntó Charlie.
—Claro que están bromeando —respondió el abuelo Joe—. Deben estar bromeando. Al menos, espero que estén bromeando. ¿Tú no?  

XVIII

Por el río de chocolate


—¡Allá vamos! —gritó el señor Wonka—. ¡Daos prisa todo el mundo! ¡Seguidme a la próxima sección! Y, por, favor, no os preocupéis por Augustus Gloop. Ya saldrá con la colada. Todos acaban por salir. ¡Tendremos que hacer la próxima etapa del viaje en barco! ¡Aquí viene! ¡Mirad! 



Una vaporosa neblina se levantaba ahora del río de chocolate caliente, y de la neblina surgió súbitamente un fantástico barco de color rosa. Era un gran barco de remo con una alta proa y una alta popa (como un antiguo barco vikingo), y de un color rosa tan brillante, tan fulgurante y vistoso, que parecía estar hecho de cristal. Había muchos remos a ambos lados de la nave, y a medida que ésta se fue acercando, los observadores de la orilla pudieron ver que los remos eran accionados por grupos de Oompa-Loompas.

—Al menos diez de ellos por cada remo.
—¡Este es mi yate privado! —exclamó el señor Wonka, sonriendo de placer—. ¡Lo he construido vaciando un enorme caramelo de fresa! ¿No es hermoso? ¡Mirad cómo navega por el río!

El brillante barco de caramelo de fresa se deslizó hasta detenerse en la orilla del río. Cien Oompa-Loompas se apoyaron sobre sus remos y contemplaron a los visitantes. Entonces, de pronto, por razones sólo conocidas por ellos mismos, estallaron en grandes carcajadas.

—¿Por qué se ríen? —preguntó Violet Beauregarde.
—¡Oh, no os preocupéis por ellos! —exclamó el señor Wonka—. ¡Siempre se están riendo! ¡Creen que todo es una broma colosal! ¡Subid al barco! ¡Vamos! ¡De prisa!

En cuanto todo el mundo hubo subido a bordo, los Oompa-Loompas empujaron el barco hasta alejarlo de la orilla y empezaron a remar rápidamente río abajo.

—¡Eh, tú! ¡Mike Tevé! —gritó el señor Wonka—. ¡No lamas el barco con la lengua, por favor! ¡Lo único que conseguirás es ponerlo pringoso!
—¡Papá —dijo Veruca Salt—, quiero un barco como éste! ¡Quiero que me compres un barco de caramelo de fresa exactamente igual al del señor Wonka! ¡Y quiero muchos Oompa-Loompas que me lleven de paseo, y quiero un río de chocolate, y quiero... quiero...
—Lo que quiere es una buena zurra —le susurró a Charlie el abuelo Joe.

El anciano estaba sentado en la popa del barco, y junto a él se hallaba el pequeño Charlie Bucket. Charlie agarraba firmemente la huesuda mano de su abuelo. Estaba muy excitado. Todo lo que había visto hasta ahora (el gran río de chocolate, la cascada, los enormes tubos de succión, las colinas de caramelo, los Oompa-Loompas, el hermoso barco de color de rosa y, sobre todo, el propio señor Willy Wonka) le había parecido tan asombroso que empezó a preguntarse si era posible que quedasen aun muchas más cosas de las que asombrarse. ¿A dónde irían ahora? ¿Qué verían? ¿Y qué sucedería en el próximo recinto? 

—¿No es maravilloso? —dijo el abuelo Joe, sonriéndole a Charlie.

Charlie asintió y sonrió a su vez.

De pronto, el señor Wonka, que estaba sentado al otro lado de Charlie, alargó el brazo hasta el  fondo del barco, cogió un gran tazón, lo hundió en el río, lo llenó de chocolate y se lo dio a Charlie.

—Bébete esto dijo—. ¡Te hará bien! ¡Pareces estar hambriento!

Luego el señor Wonka llenó un segundo tazón y se lo dio al abuelo Joe.

—Usted también —dijo—. ¡Parece un esqueleto! ¿Qué ocurre? ¿Es que no han tenido mucha comida en su casa últimamente?
—No mucha —dijo el abuelo Joe.

Charlie acercó el tazón a sus labios, y a medida que el espeso chocolate caliente descendía por su garganta hasta su estómago vacío, su cuerpo entero, de la cabeza a los pies, empezó a vibrar de placer, y una sensación de intensa felicidad se extendió por él.

—¿Te gusta?—preguntó el señor Wonka.
—¡Es maravilloso! dijo Charlie.
—¡El chocolate más exquisito que he probado nunca! —dijo el abuelo Joe, chasqueando los labios.
—Eso es porque ha sido mezclado en una cascada —le dijo el señor Wonka.

El barco siguió navegando río abajo. El río se iba volviendo más estrecho. Delante de ellos había una especie de oscuro túnel —un gran túnel redondo que parecía la boca de una inmensa tubería— y el río se dirigía directamente a él ¡Y también el barco! «¡Seguid remando!, gritó el señor Wonka, saltando y agitando su bastón en el aire. «¡A toda marcha!» Y con los Oompa-Loompas remando más de prisa que nunca, el barco se introdujo en el oscurísimo túnel, y todos los pasajeros lanzaron un grito de placer. 

—¿Cómo pueden saber adónde van? —gritó Violet Beauregarde en la oscuridad.
—¡No hay modo de adivinarlo! —gritó el señor Wonka, muriéndose de risa. 

«¡No hay modo de adivinar
Qué rumbo van a tomar!
¡Imposible averiguar 
Dónde nos van a llevar
O el río a desembocar!
Ni una luz se ve brillar,
¡El peligro va a llegar!
Los remeros a remar
Se dedican sin cesar
Y, por cierto, sin mostrar
Signos de querer cejar...»  

—¡Ha perdido la cabeza! —gritó uno de los padres, asombrado, y los demás se unieron al coro de aterrados gritos—. ¡Está loco! — gritaban.
—¡Está loco!
—¡Demente!
—¡Pirado!
—¡Lunático!
—¡Chalado!
—¡Tocado!
—¡Furioso!
—¡Maniático!
—¡No, No lo está —dijo el abuelo Joe.
—¡Encended las luces! —gritó el señor Wonka.

Y de pronto las luces se encendieron, y el túnel entero se iluminó, y Charlie pudo ver que realmente estaban dentro de una gigantesca tubería, y que las grandes paredes curvadas de la tubería eran de un blanco purísimo y estaban inmaculadamente limpias. El río de chocolate fluía a toda velocidad dentro de la tubería, y los Oompa-Loompas remaban como locos, y el barco navegaba a toda marcha. El señor Wonka saltaba y brincaba en la popa del barco, y les gritaba a sus remeros que remasen aun más de prisa. Parecía adorar la sensación de navegar a toda velocidad a través de un túnel blanco en un barco de color rosa por un río de chocolate, y palmoteaba y reía y miraba a sus pasajeros para ver si ellos estaban disfrutando tanto como él. 

—¡Mira, abuelo! —gritó Charlie—. ¡Hay una puerta en la pared!

Era una puerta verde, y estaba empotrada en la  pared del túnel justamente por encima del nivel del río. Al pasar por delante tuvieron el tiempo justo de leer lo que estaba escrito en ella: DEPOSITO NUMERO 54, decía. TODAS LAS CREMAS: CREMA DE LECHE, CREMA BATIDA, CREMA DE VIOLETAS, CREMA DE CAFE, CREMA DE PIÑA, CREMA DE FRESAS, CREMA DE VAINILLA Y CREMA PARA LAS MANOS.

—¡Crema para las manos? —gritó Mike Tevé—. ¿No utilizarán crema para las manos?
—¡Seguid remando! —gritó el señor Wonka—. ¡No hay tiempo para contestar preguntas tontas! 

Pasaron a toda velocidad delante de una puerta negra. DEPOSITO NUMERO 71, decía ésta. BATIDORES: TODAS FORMAS Y TAMAÑOS.

—¡Batidores! —gritó Veruca Salt—. ¿Para qué necesitan batidores?
—Para batir la nata, por supuesto —dijo el señor Wonka—. ¿Cómo se puede batir la nata sin batidores? La nata batida no es nata batida a menos que haya sido batida con batidores. Lo mismo que un huevo escalfado no es un huevo escalfado a menos que haya sido robado en el bosque en plena noche. ¡Seguid remando, por favor!

Pasaron delante de una puerta amarilla sobre la cual decía: DEPOSITO NUMERO 77. TODOS LOS GRANOS: GRANOS DE CAFE, GRANOS DE CACAO, GRANOS DE AZÚCAR Y GRANOS DE ARENA. 

—¿Granos de arena?—gritó Víolet Beauregarde.
—¡Tú tienes la cabeza llena de ellos! —dijo el señor Wonka—. ¡No hay tiempo para discutir! ¡Seguid adelante, seguid adelante!

Pero cinco segundos más tarde, cuando apareció ante ellos una puerta de color rojo brillante, éste agitó súbitamente su bastón en el aire y gritó:
—¡Detened el barco! 


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