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viernes, 25 de octubre de 2013

Enemigo mío - Barry B. Longyear - 3

Viene de "Enemigo mío - Barry B. Longyear - 2"



...El teniente pulsó su control manual y una silueta alta, humanoide y de color amarillo apareció en la pantalla.

-¡Un drac asqueroso! -gritó el auditorio de reclutas. El teniente se volvió hacia ellos.
-Correcto. Es un drac. Noten que la raza drac es uniforme en cuanto al color: todos están amarillos...

Los reclutas rieron entre dientes con gran educación. El oficial se puso serio ya continuación empezó a señalar diversos rasgos con un lápiz luminoso.

-Las manos de tres dedos son características, por supuesto, igual que la cara casi sin nariz, que da al drac un aspecto similar al de un sapo. En general, la vista es algo mejor que en el ser humano, el oído más o menos igual, y el olor... -El teniente hizo una pausa-. ¡EI olor es terrible!

El oficial reaccionó con satisfacción ante las carcajadas de los reclutas. Cuando éstos se hubieron calmado, el teniente señaló un pliegue en el vientre de la figura.

-Aquí es donde el drac guarda sus joyas familiares..., todas. -Más risitas-. Sí, los dracones son hermafroditas, con los órganos reproductores, tanto masculinos como femeninos, contenidos en el mismo individuo. -El teniente miró a los reclutas- Si piensan decirle a un drac que se joda (Inglés: fuck yourself), tengan cuidado... ¡porque puede hacerlo!

Las carcajadas cesaron y el teniente señaló con su mano hacia la pantalla.

-Si ven una de estas cosas, ¿qué harán?
-MATARLA...

...Hice que la pantalla y la computadora se centraran únicamente en el siguiente caza dracón, que parecía una x doble en la imagen de la pantalla. El drac giró rápidamente a la izquierda, después otra vez a la derecha. Sentí al piloto automático tirando de mi nave en pos del caza, seleccionando, ignorando lasimágenes falsas, intentando centrar su mira electrónica en el dracón. «Vamos, cara de sapo..., un poco más a la izquierda...» La imagen de la x doble entró en los círculos de alcance de la pantalla y noté que el proyectil unido al de mi caza salía disparado. ¡Vamos! A través de la cubierta de mi cabina vi el destello de la detonación del proyectil. Mi pantalla mostró al caza dracón sin control, cayendo en picada hacia la superficie velada por las nubes de Fyrine IV: Fui tras del drac para confirmar que lo había derribado... La temperatura exterior aumentaba conforme mi nave rozaba la atmósfera superior.

«¡Vamos, maldito, estalla!».

Cambié los sistemas de la nave a vuelo atmosférico en cuanto quedó claro que debía seguir al drac hasta la superficie. Todavía por encima de las nubes, el dracón dejó de caer en barrena y viró. Toqué el anulador del piloto automático y tiré de la palanca de mando hacia mi regazo. El caza osciló mientras yo intentaba ascender. Todo el mundo sabe que las naves de los dracones funcionan mejor en la atmósfera..., dirigiéndose hacia mí en un curso de intercepción... «¿Por qué no abres fuego, sabandija?» Justo antes de la colisión, el drac es expelido... sin energía; tengo que aterrizar a motor parado. Sigo la cápsula mientras cae a la deriva, intentando encontrar a ese dracón asqueroso y acabar la tarea... Estuve buscando a tientas por entre las tinieblas que me rodeaban durante lo que parecieron ser segundos, o años. Sentí que me tocaban pero las partes de mi ser que eran tocadas parecían estar lejos, muy lejos, primero escalofríos, después fiebre, luego escalofríos otra vez y mi cabeza refrescada por una mano suave.

Mis ojos se abrieron como estrechas rendijas y vi a Jerry moviéndose a mi lado secando mi cabeza con algo frío. Logré emitir un susurro.

-Jerry.

El dracón me miró a los ojos y sonrió.

-Bien ir. Davidge. Bien ir.

La luz que daba en la cara de Jerry fluctuaba, y olí humo.

-Fuego.

Jerry se apartó y señaló hacia el centro del suelo arenoso de la cabaña. Dejé que mi cabeza girara hacia un lado y me di cuenta de que yacía en un lecho de ramas blandas y flexibles. Frente a mi cama había otro lecho, y entre ambos crepitaba alegremente una hoguera.

-Ahora tener fuego, Davidge. Y madera.

Jerry señaló el techo forrado con varas y grandes hojas. Me volví y miré alrededor. Después dejé caer mi palpitante cabeza y cerré los ojos.

-¿Dónde estamos?
-Isla grande. Davidge. Ola enorme echarnos de banco de arena. Viento y olas traernos aquí. Tú tener razón.
-Yo... no lo entiendo. Ne gavey. Si se necesitaban días para llegar a la isla grande desde el banco de arena.

Jerry asintió y metió algo que parecía una esponja en una concha llena de agua.

-Nueve días. Yo atarte a nasesay. Luego aquí en playa desembarcar.
-¿Nueve días? ¿He estado sin conocimiento nueve días?

Jerry negó con la cabeza.

-Diecisiete. Aquí desembarcar ocho días...

El dracón agitó la mano a su espalda.

-Hace ocho días.
-Ae.

Diecisiete días en Fyrine IV era bastante más de un mes en la Tierra. Abrí los ojos de nuevo y miré a Jerry. El dracón casi rebosaba de excitación.

-¿Qué tal tean, tu hijo?

Jerry dio unos golpecitos a su abultada cintura.

-Bien ir, Davídge. Tú hacerte más daño en nasesay.

Reprimí un impulso de asentimiento.

-Me alegro por ti.

Cerré los ojos y volví la cara hacia la pared hecha de una mezcla de varas y hojas.

-¿Jerry?
-¿Esss?
-Me has salvado la vida.
-Ae.
-¿Por qué?

Jerry guardó silencio largo rato.

-Davidge. En banco de arena tú hablar. Ahora yo gavey soledad. -El dracón agitó mi brazo-. Bien, ahora tú comer.

Me volví y observé el interior de una concha llena de un líquido humeante.

-¿Qué es, sopa de pollo?
-¿Ess?
-¿Ess va?

Señalé la concha, notando por primera vez lo débil que me encontraba. Jerry arrugó la frente.

-Como babosa, pero largo.
-¿Una anguila?
-Ae, pero anguila de tierra, ¿gavey?
-¿Te refieres a una «serpiente»?
-Posibletalvezquizá.

Bajé la cabeza y puse los labios en el borde de la concha. Sorbí un poco de caldo, tragué, y dejé que el calorcillo reparador del líquido penetrara en mi cuerpo.

-Bueno.
-¿Tú querer gusta?
-¿Ess?
-Gusta.

Jerry estiró el brazo hacia el fuego y cogió un trozo de roca transparente y más o menos cuadrada. La examiné, la arañé con la uña del pulgar, después la toqué con la lengua.

-¡Halita! ¡Sal!

Jerry sonrió.

-¿Querer gusta?
-Todos los lujos. -Me eché a reír-. Claro que sí, venga la gusta..

Jerry cogió la halita, rompió una esquina con una piedra pequeña y a continuación usó la piedra para moler los fragmentos encima de otra roca. Extendió la palma de la mano con una montaña minúscula de gránulos blancos en el centro. Yo cogí dos pellizcos, los eché en mi sopa de serpiente y revolví el líquido con el dedo. Después tomé un largo trago de caldo delicioso. Hice chasquear los labios.

-Fantástico.
-Bueno, ¿ne?
-Mejor que bueno: fantástico.

Tomé otro trago e hice una gran exhibición chasqueando los labios y poniendo los ojos en blanco.

-Fantástico, Davidge, ¿ ne ?
-Ae. -Hice un gesto al dracón-. Creo que ya es suficiente. Quiero dormir.
-Ae, Davidge, gavey

Jerry cogió la concha y la puso junto al fuego. El dracón se levantó, caminó hasta la puerta y se volvió. Sus ojos amarillos me examinaron un instante, después bajó la cabeza, dio media vuelta y salió. Cerré los ojos y dejé que el calor de la hoguera me adormeciera.

Al cabo de dos días me levanté para estirar las piernas dentro de la cabaña, y al cabo de otros dos días Jerry me ayudó a salir fuera. La cabaña estaba situada en la cima de una colina alargada, entre un bosque de árboles (ninguno pasaba de cinco o seis metros). En la base de la pendiente, a más de ocho kilómetros de la cabaña, se hallaba el mar siempre agitado. El dracón me había llevado hasta allí. Nuestra leal nasesay se había llenado de agua y fue arrastrada otra vez hasta el mar poco después de que Jerry me llevara a tierra firme. Con la cápsula se fue el resto de las tabletas de provisiones. Los dracones son muy remilgados con lo que comen, pero el hambre hizo que Jerry probara finalmente la flora y la fauna locales; el hambre y el fardo humano que se debilitaba con rapidez por falta de alimentación. El dracón se había decidido por un tipo de raíz rígida y dulce, una baya verde que una vez seca servía para hacer un té aceptable, y carne de serpiente. Explorando, Jerry había descubierto una salina parcialmente desgastada. En los días que siguieron, me fortalecí y mejoré nuestra dieta con
varias especies de moluscos marinos y una fruta que parecía un cruce de pera y ciruela.

Conforme los días iban haciéndose más fríos, el dracón y yo nos vimos forzados a admitir que Fyrine IV tenía un invierno. Estando así las cosas, teníamos que enfrentarnos a la posibilidad de que el invierno fuera muy riguroso e impidiera la recogida de alimentos... y leña. Una vez secadas junto al fuego, las raíces y las bayas se conservaban bien, y ensayamos el salado y ahumado de la carne de serpiente. Con tiras de fibra procedente del matorral de bayas, Jerry y yo cosimos las pieles de las serpientes para tener ropa de invierno. Nos decidimos por un diseño que precisaba dos capas de pieles con el vello de las cápsulas de las bayas apretado entre ambas y sujeto mediante el acolchado de las capas. Convinimos en que la cabaña no serviría. Nos costó tres días de búsqueda encontrar nuestra primera cueva, y tres más para encontrar una cueva que nos satisficiera. La entrada permitía contemplar el panorama eternamente atormentado del mar, pero estaba situada en un pequeño acantilado y muy por encima del nivel de las aguas. Alrededor de la entrada de la cueva encontramos grandes cantidades de madera seca y piedras sueltas. La madera la almacenamos para asegurarnos calor, y las piedras las usamos para cerrar la entrada, dejando espacio únicamente para una puerta con bisagras. Los goznes estaban hechoscon pellejos de serpiente y para la puerta usamos varas unidas con fibra del arbusto de las bayas. La primera noche después de terminar la puerta, los vientos marinos la destrozaron; y decidimos recurrir otra vez al diseño original que habíamos empleado en el banco de arena.

Establecimos nuestras habitaciones en una amplia cámara de suelo arenoso, bien dentro de la cueva. Aún más adentro, la cueva tenía estanques naturales de agua, que era excelente como bebida pero demasiado fría para bañarse en ella. Usamos la cámara de los estanques como almacén. Revestimos las paredes de nuestras habitaciones con montones de leña e hicimos nuevas camas con pieles de serpiente y vello de cápsulas vegetales. En el centro de la cámara construimos un hogar respetable con una piedra grande y plana sobre las brasas a manera de plancha. La primera noche que pasamos en nuestro nuevo hogar descubrí que, por primera vez desde mi caída en aquel condenado planeta, no oía el viento.

Durante las largas noches, los dos nos sentábamos junto al hogar, hacíamos cosas, guantes, sombreros, bolsas con pellejo de serpiente, y hablábamos. Para romper la monotonía alternábamos los días hablando dracón e inglés, y cuando el invierno atacó con su primera tormenta de hielo, ambos nos sentíamos a gusto hablando en el idioma del otro.

Hablamos del hijo de Jerry.

-¿Qué nombre vas a ponerle, Jerry?
-Ya tiene un nombre. Mira, la línea Jeriba tiene cinco nombres. Yo me llamo Shigan. Antes estaba mi padre, Gothig. Antes de Gothig, Haesni. Antes de Haesni, Ty, y antes de Ty, Zammis. El niño se llama Jeriba Zammis.

-¿Por qué sólo cinco nombres? Un niño humano puede tener cualquier nombre que sus padres elijan. En realidad, en cuanto un humano se convierte en adulto, puede elegir cualquier nombre que desee.

El dracón me miró, sus ojos llenos de pena.

-Davidge, qué perdidos debéis sentiros. Los humanos..., qué perdidos debéis sentiros.
-¿Perdidos?

Jerry asintió.

-¿De dónde vienes, Davidge?
-¿Te refieres a mis padres?
-Sí.
-Recuerdo a mis padres -contesté con indiferencia.
-¿Ya sus padres?
-Recuerdo al padre de mi madre. Cuando yo era niño solíamos visitarlo.
-Davidge, ¿Qué sabes de este abuelo?

Me acaricié la barbilla.

-Es algo vago... Creo que se dedicaba a la agricultura... No la sé.
-¿ y sus padres?

Negué con la cabeza.

-Lo único que recuerdo es que en algún punto de la línea aparecen ingleses y alemanes. ¿Gavey ingleses y alemanes?

Jerry asintió.

-Davidge, puedo recitar la historia de mi linaje hasta la colonización de mi planeta por Jeriba Ty, uno de los colonizadores originales, hace ciento noventa y nueve años. En los archivos de nuestro linaje, en Draco, se hallan los documentos que siguen la línea a través del espacio hasta el planeta natal, Sindie, ya partir de aquí otras setenta generaciones hasta Jeriba Ty, el fundador de la línea Jeriba.

-¿Cómo llega a fundador un individuo?
-Sólo el primogénito conserva la línea. Los productos de segundos, terceros o cuartos nacimientos deben encontrar sus líneas particulares.

Yo asentí, impresionado.

-¿Por qué sólo cinco nombres? ¿Sólo para que sea más fácil recordarlos?
-No. Los nombres son cosas a las que añadimos distinciones; son cinco nombres iguales, comunes, de modo que no oscurezcan los hechos que distinguieron a sus portadores. Mi nombre, Shigan, ha sido utilizado por grandes soldados, eruditos, estudiosos de la filosofía y varios sacerdotes. El nombre que llevará mi hijo ha sido utilizado por científicos, profesos y exploradores.

-¿Recuerdas todas las ocupaciones de tus antepasados?

Jerry asintió.

-Sí, y qué hicieron y dónde lo hicieron. Debes recitar tu linaje ante los archivos genealógicos para ser admitido como adulto, tal como fui admitido yo hace veintidós años. Zammis hará lo mismo, pero deberá iniciar su narración... -Jerry sonrió - con mi nombre, Jeriba Shigan.
-¿Eres capaz de recitar de memoria doscientas biografías?
-Exacto.

Fui hasta mi cama y me acosté. Mientras contemplaba el humo que estaba siendo succionado por la grieta del techo de la cámara, empecé a comprender a qué se refería Jerry con la expresión «sentirse perdido». Un dracón con varias docenas de generaciones en el estómago sabe quién es ya qué debe mantenerse fiel.

-¿Jerry?
-¿Sí, Davidge?
-¿Querrías recitarme las biografías?

Volví la cabeza y miré al dracón, a tiempo para ver una expresión de extrema sorpresa mezclada con alegría. Sólo después de transcurridos muchos años supe que le había hecho un gran honor a Jerry al pedirle que recitara su linaje. Entre los dracones, se trata de una extraña expresión de respeto, no sólo hacia el individuo, sino también para con su linaje.

Jerry puso en la arena el sombrero que estaba cosiendo, se levantó y empezó.

-Ante vosotros me presento, yo, Shigan, del linaje de Jeriba, nacido de Gothig, el maestro de música, Músico de gran mérito. Entre los estudiantes de Gothig estaban Datzizh de la línea Nem, Perravane de la línea Tuscor y numerosos músicos menores. Instruido en música en el Shimuram, Gothig se presentó ante los archivos en el año 11.051 y habló de su padre Haesni, el constructor de naves...

Mientras escuchaba el envarado cotorreo de Jerry, la serie inversa de biografías - que empezaban con la muerte y acababan en la edad adulta-, experimenté una sensación de estar vinculado al tiempo, de ser capaz de conocer y tocar el pasado. Batallas, imperios erigidos y destruidos, descubrimientos, grandes logros. Un viaje a través de doce mil años de historia, pero percibida como un continuobien definido, vivo. En contrapartida: Ante vosotros me presento, yo, Willis, del linaje Davidge, nacido de Sybil el ama de casa y Nathan el ingeniero civil de segunda categoría, uno de ellos nacido del Abuelito, que probablemente tuvo algo que ver con la agricultura, nacido de nadie en particular... ¡Caramba, qué poca cosa era yo! Mi hermano mayor era el representante de la línea, no yo. Fui escuchando a Jerry y tomé la decisión de memorizar el linaje Jeriba.

Hablamos de la guerra:

-Fue un truco muy bonito, atraerme a la atmósfera y después embestirme.

Jerry hizo un gesto de indiferencia.

-Los pilotos de la flota dracón son mejores. Es algo bien sabido.

Levanté las cejas.

-Por eso te chamusqué las plumas de la cola. ¿eh?

Jerry se encogió de hombros, arrugó la frente y siguió cosiendo los pedazos de pellejo de serpiente.

-¿Por qué los terrestres invaden esta parte de la galaxia, Davidge? Tuvimos miles de años de paz antes de que llegarais.
-¡Ah! ¿Por qué invaden los dracs? También nosotros estábamos en paz. ¿Qué estáis haciendo aquí? .
-Colonizamos estos planetas. Es la tradición drac. Somos exploradores y fundamos colonias.
-Bueno, cara de sapo. ¿Qué piensas que somos nosotros, unos amantes del hogar? Los humanos llevan viajando por el espacio menos de dos siglos, pero hemos colonizado casi el doble de planetas que los dracs...

Jerry levantó un dedo.

-¡Exactamente! Vosotros los humanos os extendéis como una enfermedad. ¡Ya basta! ¡No os queremos aquí!
-Buenos, estamos aquí, y aquí nos quedaremos. ¿Y qué vais a hacer al respecto?
-Ya ves lo que hacemos, lrkmaan. ¡Luchamos !
-¡Puf! ¿A esa pequeña riña que tuvimos la llamas lucha? ¡Caramba. Jerry, os estábamos echando del cielo a patadas, pilotos de pacotilla!...
-¡Perfecto, Davidge! ¡Por eso estás sentado aquí, tragando serpiente ahumada!

Le hice una mueca al dracón.

-¡Noto que tu aliento también tiene olor a serpiente, drac!

Jerry soltó un bufido y se apartó del fuego. Yo me sentía ridículo, primero porque no íbamos a aclarar una discusión que había atormentado a un centenar de mundos por más de un siglo, y segundo porque quería que Jerry comprobara mi recitación. Tenía más de un centenar de generaciones memorizadas. El dracón estaba de costado respecto a la hoguera, permitiendo que cayera sobre su regazo la luz suficiente para ver lo que cosía.

-¿En qué estás trabajando, Jerry?
-No tenemos nada de qué hablar, Davidge.
-Vamos, ¿qué es?

Jerry volvió la cabeza hacia mí, después miró otra vez su regazo y levantó un minúsculo vestido de piel de serpiente.

-Para Zammis.

Jerry sonrió y yo meneé la cabeza. Después me eché a reír. Hablamos de filosofía:

-Tú estudiaste a Shizumaat, Jerry. ¿Por qué no me explicas sus enseñanzas?
-No, Davidge. -Jerry arrugó la frente.
-¿Es que las enseñanzas de Shizumaat son secretas o algo por el estilo?

Jerry hizo un gesto negativo con la cabeza.

-No. Pero honramos demasiado a Shizumaat para hablar de él.

Me rasqué la barbilla.

-¿Te refieres a hablar de él, o a hablar de él con un humano?
-No con humanos, Davidge. Simplemente no con vosotros.
-¿Por qué?

Jerry irguió la cabeza y entornó sus ojos amarillos.

-Sabes perfectamente lo que dijiste... en el banco de arena.

Me rasqué la cabeza y recordé vagamente el insulto que dediqué al dracón respecto a que Shizumaat comía aquello. Extendí las manos.

-Pero, Jerry, yo estaba frenético, furioso. No puedes hacerme responsable de lo que dije entonces.
-Sí que puedo.
-¿Serviría de algo que me disculpe?
-En absoluto.

Me contuve para no decirle algo desagradable y volví a pensar en aquel momento, cuando Jerry y yo estábamos dispuestos a estrangularnos mutuamente. Recordé algo especial de aquel encuentro y apreté los labios para no sonreír.

-¿Me explicarás las enseñanzas de Shizumaat si te perdono... por lo que dijiste de Mickey Mouse?

Incliné la cabeza para dar impresión de respeto, aunque la finalidad principal era contener una risita.
Jerry me miró, su rostro parecía apenado por un sentimiento de culpabilidad.

-Me he sentido mal por culpa de eso, Davidge. Si me perdonas, te hablaré de Shizumaat.
-En ese caso, te perdono, Jerry.
-Una cosa más.
-¿Qué?
-Debes hablarme de las enseñanzas de Mickey Mouse.
-Yo..., eh..., lo haré tan bien como pueda.

Hablamos de Zammis:

-Jerry, ¿qué quieres que sea el pequeño Zammy?

El Drac se encogió de hombros.

-Zammis debe portarse según su nombre. Quiero que haga eso con honor. Me conformaré con eso.
-¿Zammis elegirá su profesión?
-Sí.
-¿Pero no hay nada especial que desees?
-Sí, hay algo -asintió Jerry.
-¿Qué es?
-Que Zammis, un día, se encuentre fuera de este miserable planeta.
-Amén.
-Amén.

El invierno se prolongó hasta que Jerry y yo empezamos a preguntarnos si habíamos llegado al principio de una época glacial. Fuera de la cueva, todo estaba cubierto con una espesa capa de hielo, y la baja temperatura, combinada con los vientos constantes, hacía que aventurarse a salir fuera tentar a la muerte por congelación o por una caída. Sin embargo, de mutuo acuerdo, ambos salíamos para hacer nuestras necesidades corporales. Había varias cámaras aisladas en la cueva; pero temíamos infectar nuestro suministro de agua, por no mencionar el ambiente de la cueva. El principal riesgo en el exterior era bajarse los calzoncillos con un viento y una temperatura que helaba el aliento antes de que saliera por los pequeños manguitos faciales que habíamos hecho con nuestra ropa de vuelo.

Aprendimos a no perder el tiempo.

Una mañana Jerry estaba fuera para hacer sus necesidades, mientras yo me había quedado junto al fuego amasando raíces secas con agua para hacer panes a la plancha. Oí que Jerry llamaba desde la entrada de la cueva.

-¡Davidge!
-¿Qué?
-¡Davidge, ven enseguida!

¡Una nave! ¡Tenía que ser eso! Dejé la concha-tazón en la arena, me puse el sombrero y los guantes y corrí por el pasadizo. Al llegar cerca de la puerta desaté el manguito que llevaba en torno al cuello y lo anudé alrededor de mi boca y nariz para proteger mis pulmones. Jerry, con su cabeza arropada de modo similar, miraba al otro lado de la puerta, haciéndome gestos.

-¿De qué se trata?

Jerry se apartó de la puerta para dejarme mirar.

-¡Vamos, mira!

Sol. Cielo azul y sol. En la lejanía, por encima del mar, más nubes estaban acumulándose. Pero por encima de nosotros el cielo estaba despejado. Ninguno de los dos podíamos mirar directamente el sol, pero volvimos nuestros rostros hacia él y sentimos los rayos de Fyrine IV en nuestra piel. La luz destellaba haciendo rutilar las rocas y los árboles cubiertos de nieve.

-Maravilloso.
-Sí. -Jerry asió mi manga con una mano enguantada-. Davidge, ¿sabes qué significa esto?
-¿Qué?
-Hogueras de señales por la noche. Con una noche despejada, una gran hoguera puede verse en órbita, ¿ne?

Miré a Jerry y luego al cielo.

-No lo sé. Si la hoguera fuera bastante grande, si tuviéramos una noche despejada y si alguien eligiera ese momento para mirar... -Bajé la cabeza-. Siempre suponiendo que haya alguien para mirar allí arriba. -Noté el dolor que empezaba a tener en los dedos-. Será mejor que volvamos dentro.
-Davidge, ¡es una posibilidad!
-¿Qué usaremos como leña, Jerry? -Extendí un brazo hacia los árboles que cubrían y rodeaban la cueva-. Todo lo que arde tiene un mínimo de quince centímetros de hielo.
-En la cueva.
-¿Nuestra leña? -Meneé la cabeza-. ¿Cuánto va a durar este invierno? ¿Puedes estar seguro de que tenemos suficiente leña para desperdiciarla en hogueras de señales?
-Es una posibilidad, Davidge. ¡Es una posibilidad!

Nuestra supervivencia dependía de una tirada de los dados. Me encogí de hombros.

-¿Por qué no?

Pasamos las horas que siguieron arrastrando una cuarta parte de nuestra leña cuidadosamente almacenada y dejándola fuera de la boca de la cueva. Cuando acabamos y mucho antes de que llegara la noche, el cielo era otra vez un sólido manto gris. Examinábamos el cielo varias veces cada noche, esperando que aparecieran las estrellas. De día a menudo teníamos que pasar varias horas rompiendo el hielo de la pila de leña. Sin embargo, esto nos dio esperanzas a los dos, hasta que la leña de la cueva se agotó y tuvimos que empezar a cogerla prestada de la que habíamos separado para hacer señales.

Aquella noche, por primera vez, el dracón tenía aspecto de sentirse absolutamente derrotado. Jerry estaba sentado ante el hogar, contemplando las llamas. Su mano se metió en la chaqueta de piel de serpiente a la altura del cuello y sacó un pequeño cubo dorado colgado de una cadena. Jerry estrechó el cubo entre ambas manos, cerró los ojos y empezó a murmurar en dracón; le observé desde mi lecho
hasta que acabó. El drac suspiró, bajó la cabeza y volvió a poner el objeto dentro de su chaqueta.

-¿Qué es eso?

Jerry me miró, arrugó la frente y después tocó la parte delantera de su chaqueta.

-¿Esto? Es mi Talman..., lo que vosotros llamáis Biblia.
-Una Biblia es un libro. Ya sabes, con páginas que lees.

Jerry sacó el objeto de su chaqueta, musitó una frase en dracón, y a continuación accionó un pequeño cierre. Otro cubo dorado cayó del primero y el dracón me lo tendió.

-Ten mucho cuidado con esto, Davidge.

Me senté, cogí el objeto y lo examiné a la luz de la hoguera. Tres piezas de metal dorado unidas con bisagras formaban la encuadernación de un libro que tenía dos centímetros y medio de grosor. Abrí el libro por la mitad y examiné las dos columnas paralelas de puntos, líneas y rasgos ondulantes.

-Está en drac.
-Naturalmente.
-Pero yo no sé leerlo.

Las cejas de Jerry se arquearon.

-Hablas drac tan bien que no me acordaba de... ¿Te gustaría que te enseñara?
-¿A leer esto?
-¿Por qué no? ¿Tienes alguna cita urgente a la que acudir?
-No. -Acerqué un dedo al libro e intenté pasar una de las minúsculas páginas. Quizá cincuenta de ellas pasaron a la vez-. No puedo separar las páginas.

Jerry señaló un pequeño bulto en la parte superior del lomo.

-Saca el alfiler. Es para pasar las páginas.

Saqué la aguja, la pasé por una página y ésta se liberó de su compañera y saltó al otro lado.

-¿Quién escribió tu Talman, Jerry?
-Muchos dracs. Todos grandes maestros.
-¿Shizumaat?

Jerry asintió.

-Shizumaat es uno de ellos.

Cerré el libro y lo sostuve en la palma de la mano.

-Jerry, ¿por qué has sacado esto ahora?
-Necesitaba consuelo. -El dracón abrió los brazos-. Este lugar. Quizá nos hagamos viejos y muramos aquí. Quizá no nos encuentren nunca. Lo comprendí hoy, mientras entrábamos la leña de la hoguera de señales. -Jerry puso las manos en su vientre-. Zammis nacerá aquí. El Talman me ayuda a aceptar lo que puedo cambiar.
-Zammis. ¿Cuánto tiempo?

Jerry sonrió.

-Pronto.

Miré el diminuto libro.

-Me gustaría que me enseñaras a leer esto, Jerry.

El dracón cogió la cadena y la caja que rodeaban su cuello y me tendió ambas cosas.

-Debes conservar el Talman en esto.

Sostuve la cadena un instante, después moví la cabeza.

-No puedo quedarme esto, Jerry. Es obvio que tiene un gran valor para ti. ¿Y si lo pierdo?
-No lo perderás. Consérvalo mientras aprendes. El estudiante debe hacerlo.

Puse la cadena alrededor de mi cuello.

-Es todo un honor.

Jerry hizo un gesto de indiferencia.

-Mucho menor que el tuyo al aprender de memoria el linaje de los Jeriba. Tu forma de recitarlo es impresionante y muy exacta.

Jerry cogió una brasa de la hoguera, se levantó y caminó hasta el muro de la cámara. Aquella noche aprendí las treinta y una letras y sonidos del alfabeto drac, así como los nueve sonidos y letras adicionales usados en los escritos dracones formales.

La leña acabó agotándose. Jerry estaba muy abatido y muy, muy enfermo, mientras Zammis se preparaba para hacer su aparición, y todo lo que hacía era arrastrarse hasta el exterior con mi ayuda para orinar o defecar. Por tanto, el trabajo de recoger leña, que significaba coger el bastón que nos quedaba y romper el hielo de los árboles muertos que había en pie, recayó en mí, igual que
cocinar.


 
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